
Violencia contra la mujer: Un problema social con graves consecuencias para la salud mental

Renzo Rivera – crrivera@ucsp.edu.pe
Sandra Luna – seliluna53@gmail.com
Yazmín Quinteros – yazmin.quintero@ugto.mx
Silvia Pugliese – silviavpugliese@gmail.com
Jorgelina Silvia Prete – jorgelinaprete@hotmail.com
Diego Vargas-Rodríguez – 20202188@aloe.ulima.edu.pe
Grupo de trabajo “Violencia, prevención, resiliencia”
La violencia contra la mujer es una de las formas más persistentes de vulneración de derechos humanos en nuestra sociedad. A lo largo de las últimas décadas, diversas investigaciones han demostrado que sus efectos trascienden el plano físico, alcanzando dimensiones psicológicas y sociales profundas (Bonilla-Algovia & Rivas-Rivero, 2019; Vargas Murga, 2017). El daño no termina cuando cesa el acto violento: deja huellas duraderas en la salud mental de las víctimas y repercute en sus familias, comunidades y en el tejido social en su conjunto. No se trata solo de un asunto privado, sino de un grave problema de salud pública (Organización Mundial de la Salud, 2005).
Los daños psicológicos asociados a la violencia de género se manifiestan en distintos niveles. En su forma más cotidiana, puede generar síntomas como baja autoestima, ansiedad, insomnio, alteraciones en la alimentación, sentimientos de sumisión o indefensión aprendida. En casos más severos, las secuelas incluyen depresión, trastorno de estrés postraumático, desregulación emocional, trastornos psicosomáticos e incluso riesgo suicida. La salud mental de la víctima se ve comprometida, afectando su bienestar integral y su capacidad de funcionamiento diario (Aliaga et al., 2003).
En particular, las mujeres que han sido víctimas de violencia de pareja presentan patrones clínicos específicos, distintos de los observados en otras poblaciones. La compleja interacción entre lesiones físicas, daño emocional y mecanismos psicopatológicos genera afectaciones significativas en las funciones cognitivas y en la estabilidad emocional (Daugherty et al., 2024). Estos efectos, no desaparecen con el tiempo; pueden prolongarse mucho después de cesada la agresión, obstaculizando la recuperación funcional y emocional (Tourné et al., 2024).
Lamentablemente, aunque en varios países latinoamericanos se han implementado políticas públicas dirigidas a frenar la violencia de género, la brecha entre el marco legal y su aplicación real sigue siendo amplia. La sobrecarga del sistema judicial, la falta de recursos y la impunidad generan sentimientos de frustración, inseguridad y desprotección en las víctimas, lo cual contribuye a agravar su estado emocional (Amor et al., 2001). Esta desconexión entre lo legal y lo vivido debilita la confianza en las instituciones y desalienta la denuncia.
Cabe resaltar que la violencia contra la mujer no solo afecta a quienes la padecen directamente. También tiene consecuencias en quienes la presencian o la reciben de forma vicaria: hijos, familiares, amistades y cuidadores (González Borbarán, 2011). Así, el trauma se extiende y se multiplica. La experiencia de vivir o convivir con la violencia marca de forma acumulativa el desarrollo emocional y social de todos los involucrados, creando ciclos difíciles de romper.
Desde esta perspectiva, es esencial entender que la violencia contra la mujer no es solo una categoría clínica. Como señalan Álvarez (1999) y Vaccaro (2021), se trata de un fenómeno profundamente social: ocurre y se reproduce en escenarios tanto públicos como privados. Por ello, no basta con atender las consecuencias individuales; es necesario actuar sobre las causas estructurales, desnaturalizar prácticas normalizadas y cuestionar los mandatos culturales que perpetúan el control, la desigualdad y la agresión.
Es así que enfrentar esta problemática requiere un abordaje integral e interdisciplinario. El acompañamiento psicosocial, la psicoterapia y, en otros casos, la atención psiquiátrica, son fundamentales. Pero igual de importantes son las redes de apoyo comunitario, los refugios temporales para mujeres en riesgo y, sobre todo, el fortalecimiento del sistema judicial y los servicios públicos. La prevención no puede ser solo reactiva; debe empezar en la infancia, con educación en el respeto, la igualdad y la empatía. Romper el ciclo de la violencia implica cambiar estructuras, prácticas y creencias. No basta con denunciar el daño; debemos construir activamente entornos seguros, solidarios y justos, donde las mujeres puedan sanar, vivir sin miedo y desarrollar su vida con dignidad y bienestar.
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Violence Against Women: A Social Problem with Serious Consequences for Mental Health
Violence against women is one of the most persistent forms of human rights violations in our society. Over the past decades, various studies shown that its effects go beyond the physical sphere, reaching deep psychological and social dimensions (Bonilla-Algovia & Rivas-Rivero, 2019; Vargas Murga, 2017). The harm does not end when the violent act stops: it leaves lasting marks on the mental health of victims and affects their families, communities, and the social fabric as a whole. It is not merely a private matter but a serious public health issue (World Health Organization, 2005).
The psychological damage associated with gender-based violence manifests at different levels. In its most everyday form, it can produce symptoms such as low self-esteem, anxiety, insomnia, eating disorders, feelings of submission, or learned helplessness. In more severe cases, the consequences include depression, post-traumatic stress disorder, emotional dysregulation, psychosomatic disorders, and even suicidal risk. The victim’s mental health is compromised, affecting her overall well-being and her ability to function on a daily basis (Aliaga et al., 2003).
In particular, women who have been victims of intimate partner violence present specific clinical patterns that differ from those observed in other populations. The complex interaction between physical injuries, emotional damage, and psychopathological mechanisms leads to significant impairment of cognitive functions and emotional stability (Daugherty et al., 2024). These effects do not disappear over time; they can persist long after the aggression has ceased, hindering both functional and emotional recovery (Tourné et al., 2024).
Unfortunately, although several Latin American countries have implemented public policies aimed at curbing gender-based violence, the gap between the legal framework and its actual implementation remains wide. The overload of the judicial system, lack of resources, and widespread impunity generate feelings of frustration, insecurity, and helplessness among victims, further worsening their emotional state (Amor et al., 2001). This disconnection between law and lived experience undermines trust in institutions and discourages reporting.
It is important to emphasize that violence against women does not only affect those who experience it directly. It also has consequences for those who witness it or are vicariously exposed to it—children, relatives, friends, and caregivers (González Borbarán, 2011). In this way, trauma spreads and multiplies. The experience of living with or being exposed to violence accumulates and deeply affects the emotional and social development of all those involved, creating cycles that are difficult to break.
From this perspective, it is essential to understand that violence against women is not just a clinical category. As Álvarez (1999) and Vaccaro (2021) point out, it is a deeply social phenomenon: it occurs and reproduces in both public and private spaces. For this reason, it is not enough to address its individual consequences; it is necessary to act on structural causes, to denaturalize normalized practices, and to challenge cultural mandates that perpetuate control, inequality, and aggression.
Addressing this issue therefore requires a comprehensive and interdisciplinary approach. Psychosocial support, psychotherapy, and in some cases psychiatric care, are fundamental. Equally important are community support networks, temporary shelters for women at risk, and, above all, the strengthening of the judicial system and public services. Prevention cannot be merely reactive; it must begin in childhood, with education based on respect, equality, and empathy. Breaking the cycle of violence means transforming structures, practices, and beliefs. It is not enough to denounce harm; we must actively build safe, supportive, and just environments where women can heal, live without fear, and develop their lives with dignity and well-being.
Referencias – References:
Aliaga, P. P., Ahumada, G. S., & Marfull, J. M. (2003). Violencia contra la mujer: un problema de todos. Revista chilena de obstetricia y ginecología, 68(1), 75-78. https://dx.doi.org/10.4067/S0717-75262003000100015
Álvarez, L. (1999), Violencia y victimización. Publicaciones Victimología Nº 18. Centro de Asistencia a la Víctima del Delito. Ministerio de Asuntos Institucionales y Desarrollo Social. Gobierno de la Provincia de Córdoba, Argentina.
Amor, P. J., Echeburúa, E., Corral Gargallo, P. de, Sarasua, B., & Zubizarreta, I. (2001). Maltrato físico y maltrato psicológico en mujeres víctimas de violencia en el hogar : un estudio comparativo. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 6(3), 167–178. https://doi.org/10.5944/rppc.vol.6.num.3.2001.3913
Bonilla-Algovia, E., & Rivas-Rivero, E. (2019). Relación entre la exposición a la violencia de pareja y los malos tratos en el noviazgo. Psychologia: Avances de la Disciplina, 13(1), 89–99. https://doi.org/10.21500/19002386.3966
Daugherty, J. C., García-Navas-Menchero, M., Fernández-Fillol, C., Hidalgo-Ruzzante, N. & Pérez-García, M. (2024). Tentative Causes of Brain and Neuropsychological Alterations in Women Victims of Intimate Partner Violence. Brain Sciences, 14(10), e996. https://doi.org/10.3390/brainsci14100996
González Borbarán, M. E. (2011). Mujeres y violencia transgeneracional: mitos y creencias que naturalizan el maltrato en los sistemas familiares. Revista Perspectivas, (22), 119-137
Organización Mundial de la Salud (2005). Estudio multipaís de la OMS sobre salud de la mujer y violencia doméstica contra la mujer: primeros resultados sobre prevalencia, eventos relativos a la salud y respuestas de las mujeres a dicha violencia. Ginebra: Organización Mundial de la Salud.
Tourné, M., Herrero, S., & Garriga, A. (2024). Consecuencias para la salud de la violencia contra la mujer por parte de la pareja. Atención Primaria, 56(11), e102903. https://doi.org/10.1016/j.aprim.2024.102903
Vaccaro, N. (2021). Mujeres quemadas. Vínculo marcado a fuego. Dunken
Vargas Murga, H. (2017). Violencia contra la mujer infligida por su pareja y su relación con la salud mental de los hijos adolescentes. Revista Médica Herediana, 28(1), 48-58. https://doi.org/10.20453/rmh.v28i1.3074